Casapuerta. Fuentesal Arenillas
Texto
anfitriones
Selina Blasco
Un título es, ya de por sí, una invitación a entrar. Casapuerta es un lugar liminal, entre la calle y la vivienda, un paso que se franquea y se extiende hacia dentro como pasadizo más allá del fino espesor del umbral. También es un espacio de salida. Han dicho: casapuerta elástica. Lo cierto es que en ambos casos suele ser una zona poco atendida, y pasa con ella como con la esquina y el rincón. Elegirla es atender a sus peculiaridades. Esta parte del edificio, sobre todo, se franquea. Aquí, sin llamar, porque han dicho: la casapuerta está abierta. Pero también se puede estar en ella. Por eso, aunque suele dejarse despejada, a veces tiene accesorios, y sujetos incluso, que le son propios. Son compatibles con el tránsito, y, de hecho, se conoce mejor por las cosas que puede haber en ella. Así, en los diccionarios antiguos se habla de una imagen, de un farol, y de los pajes que aguardan al señor para acompañarle al salir. En tiempos de Cervantes, la casapuerta se usaba como caballeriza para una mula. Es un ambiente y tiene su propia temperatura. Han dicho: el fresco de la casapuerta.
Dada su complejidad, para decirse necesita una palabra compuesta de dos. En general, hay un gusto por la composición; también han dicho: guardacantón. Lo que importa es el nexo. Para explicar que un símbolo es lo uno compuesto de dos, cuenta Giedion que cuenta Platón que en ciertas reuniones festivas el anfitrión regalaba parte de una moneda o anillo roto al invitado que se iba, de suerte que, si los dueños o sus descendientes acoplaban las mitades tiempo después, se reconocían mutuamente. Se trata de poner en acto las junturas. Casapuerta –que es arcaísmo vivo, andaluz- no se declina a través de la terminación. Hemos oído cantar a Perrate: “Corre, ve y dile usted a mi madre/ como me veo en esta casitapuerta/ revolcaíto en sangre”. Casitapuerta: se achica la primera palabra, porque en la unidad compuesta cada una mantiene su independencia. Hay usos que abren la imaginación a otros que toman forma a través de distintos modos de enlazar.
En el universo de la articulación hay lazos emocionales. Han dicho: nuestra propia relación. Y han dicho: cómo vivir juntos. Aquí hay una manera de reconocerse como nexo, como concierto de órdenes diversos –coyunturas- que, por otra parte, no pueden ser sin el cuerpo, sin sus medidas, sin su peso, sin su esqueleto, sin sus heridas y sin su carne. Hacer experimentos a base de articular permite volver una y otra vez sobre lo ya hecho; es un modo que renueva lo anterior y lo prepara para ser de otra manera. No hay unidad y nada está acabado. También así –y aquí asomo- funciona el hacer de este texto, escritura que siempre vuelve sobre lo ya escrito. En este modo de posibilidades de llegar a ser, en este modo de potencia, no hay sobras ni desperdicio. El resto –y esta vez lo diría Ángel González García- es lo que falta. Han dicho: barrer es mover y recoger.
Para hacerlo notar, se muestran las articulaciones; están a la vista. Han dicho: dejar ver. Y puede ser, efectivamente, una invitación a detenerse en esas partes y examinar sus propiedades. En Galicia, sin embargo, esta expresión se usa para describir el tiempo de espera, de confianza fatídica en lo que pasará para bien o para mal. Un espacio de paso es tiempo.
Y han dicho: lo escondido pero no oculto. Hay un modo de obrar que trae el reverso (sí, también han dicho: envés) al frente, asomando en las rebabas, los bieses o los márgenes de costuras abiertas con la plancha. De hecho, lo que pasa es que se anula la distinción por oposición entre contrarios. Es un proceder ligado a determinadas prácticas de lo textil, como la del bordado perfecto que se reconoce por la parte de atrás, cuando coincide con la de delante. Un hacer por desplazamiento de otro. Han dicho: deslizamiento. Una de sus variantes serían los patrones, materialización de las distintas formas que puede adoptar una cosa o sujeto sin dejar de ser ella misma. Los hay que parecen resultado de un trabajo de extensión y despliegue de determinados volúmenes a posteriori, en vez de previo a la confección.
La articulación evoca lo plegable que posibilita el montaje y el desmontaje. Requiere sujeciones provisionales que se encajen y desencajen con facilidad. Aquí es posible hacer al deshacer, y en el transcurso del vaivén puede ser que algunas partes reclamen su autonomía, se separen y se construyan como otras cosas. Es el hacer de lo inacabado, de lo interminable y, si se observa con sagacidad y sentido del humor, deja ver el mundo de muchas maneras. El único gusto por lo acabado es el de las superficies; el tacto suave que adquieren ciertas maderas al ser pulidas, directamente, o después de haber sido bañadas con una ligera lechada de pintura, por ejemplo. Han dicho: el recuerdo de las manos.
El ensamblaje conviene a la forma de ser de los artefactos que habitan ciertos espacios provisionales como las escenografías o las zonas de paso y, también, a los bártulos transportables de las habitaciones temporales. Aquí “lo mueble” aparece desmembrado y desplegado en un orden no ordinario que se reinventa sin dejar de reconocerse en lo que es cuando se dispone y se usa como dios manda. Han dicho: la mesa es el suelo de las manos. Todo es susceptible de ser desarmado y vuelto a armar (metido en cajas, a veces) pero de maneras otras que, precisamente, en una especie de viaje en sentido contrario, dicen de formas distintas lo que son y lo alejan de lo convencional. Lo más íntimo: las hojas de un cuaderno de notas, un cuaderno de memoria en el que están un montón de referencias culturales que jamás se materializan literalmente, se arrancan y se reparten entre las amigas (han dicho) para que también ellas se unan a este jolgorio de la composición. Han dicho: el gozo. Para volver a traer el hacer de lo colectivo hay que ensartar de nuevo, enfilar uniendo en continuidad. Han dicho: nos acompañamos.
Y han dicho: fuera del lugar pero el ir y venir no implica falta de atención a los espacios, sino todo lo contrario. Las cosas no son en sí porque acumulan la memoria de los sitios en los que se han producido y han ido habitando. Se impregnan de su carácter. Bachelard cuenta que esto ocurre por mucho que se intente borrar las singularidades. Escribe, a propósito de la fenomenología del sótano y desván, que “en nuestra civilización, que pone la misma luz en todas partes e instala la electricidad en el sótano, ya no se baja al sótano con una vela encendida. Pero el inconsciente no se civiliza. Él sí toma la vela para bajar al sótano”. No conoció el barrio de Santa María, en Cádiz, donde hay sótanos a ras de suelo en edificios que se construyen consiguiendo habitabilidad a base de excavar, aprovechando la cota. Tienen luz natural y algunos están –como los desvanes- abarrotados de cosas, plagados de información. Como Bachelard también ha escrito sobre la función del habitar como réplica imaginaria de la función de construir, es inevitable pensar que para producir ahí no solo hay que ser capaz de abrir espacio físico y mental (han dicho: salirse de), sino de perfilar bien, trabajar con la nitidez.
“Lo inmueble”, en estos tiempos, puede no llegar ni a la habitación y media de Brodsky. Los temerarios gustarían del cielo por techo, de la brisa por sombrero (esto también se lo hemos oído cantar a Perrate). Los temerosos buscarían el resguardo de un tejado o un pertrecho similar que permita estar a cubierto. Han dicho: cuidar o proteger. Y han dicho: desde la sombrilla o el sombrero. Hay aquí también otra forma de evocación del cuerpo por desplazamiento que, esta vez respetando el orden “natural”, lo hace manifiesto como otro por alusiones. Han dicho: el lleno del hueco. Trasunto de la cabeza, sería pamela de ala ancha, casa a cuestas de la persona coqueta que la decora con tesoros pegados, como siempre, en el envés porque está más cerca de la cara y es rosa color de corazón rosa, con las estampitas o imágenes que se miran y guardan desde el deseo (han dicho).
Desplazamiento. Han dicho, al final: mudanza1. Buon lavoro; a rivederci.
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1 He tomado las palabras en cursiva de una lista que me mandaron Julia y Pablo estando juntxs en agosto, en muchos momentos de hablar mirando la luz del sol, de roce, de placer.