Según el relato que Franz Kafka escribió a propósito de la construcción de la Gran Muralla China, tan magna tarea respondía a un modelo de edificación parcial, realizado en tramos de quinientos metros que eran levantados por grupos de alrededor de veinte operarios. Trascurridos cinco años, el tiempo estimado de trabajo en que el tramo se encontraba al fin con el que a exacta distancia había comenzado simultáneamente otra cuadrilla, los obreros celebraban el empalme y volvían a casa a descansar para, posteriormente ser destinados a otra región donde repetirían la acción, dejando otro pedazo de mil metros de muralla construida que se sumaba a los múltiples fragmentos que ya se extendían de manera intermitente por la frontera norte del Imperio Chino. El modelo de construcción despertaba serias dudas por su efectividad, sin embargo, continúa Kafka, esta hubo de realizarse del único modo posible, puesto que ante lo inabarcable de la labor, los albañiles rasos terminaban por caer en el descrédito. De esa manera, la celebración de la conclusión de cada pedazo, con la consecuente vuelta a casa, el respeto que allí infundían por saberse responsables de aquel importante proyecto y el posterior viaje que iniciaban a una nueva región, en cuyo camino veían nuevas partes terminadas, así como bosques talados para apuntalar la muralla y montañas convertidas en canteras, les devolvía la confianza para afrontar otros cinco años de trabajo.
La idea de ese todo del que participaban los trabajadores de aquella mole imposible y eterna plantea una serie de curiosas correspondencias con lo que supondría la construcción de un contexto o, mejor dicho, de unas pautas comunes frente a las cuales, de algún modo, nos sintiésemos identificados o parte de un todo, del mismo modo que aquellos individuos lo sentían incluso lejos de casa. Durante la construcción de la muralla china se platea como una exposición en la que salen a escena artistas de diversas generaciones, con procesos formativos y de trabajo que se sitúan en puntos dispares, casi siempre desde la pintura, pero por supuesto desde una pintura vista como se ve la pintura desde hace ya mucho tiempo. La tarea que afronta esta exposición es la de un frente diverso, sin discursos a ilustrar por medio de una combinación de trabajos, sino más bien una construcción intergeneracional que ponga sobre la mesa los diferentes modos de hacer como tema en sí mismo. La construcción de la muralla que Kafka narró hace hincapié en la idea del sentimiento colectivo como herramienta que activa la máquina, aun cuando en los diferentes puntos del territorio difuso al que pertenecen estos artistas no se establece por norma general una comunicación a gran escala que los haga tener constancia del momento exacto en que se encuentra la cimentación de cada pequeño tramo de esa estructura que opera también más como nexo que como división o defensa.
[...]De hecho todo sigue igual a ese respecto. Sabemos los unos de los otros, nos fijamos en lo que hace cada uno, nos apoyamos y nos separamos. Y, sobre todo, permanece vivo el ser de la pintura (1).
Si alguna vez existió una cierta unidad generacional, sus límites se han ampliado hasta llegar al prolijo estado actual. Sentirse hoy vinculado a un grupo quiebra por supuesto lo geográfico, convirtiendo el encuentro y la reflexión en algo menos elegante que una tertulia de café, pero en algo más práctico que nos permita compartir ideas a miles de quilómetros y de manera instantánea. Frente a todo esto siempre hay quien se resiste y sigue de algún modo practicando el encuentro físico, citándose para conversar semanalmente en torno a sus respectivos procesos o uniéndose en espacios de trabajo colectivos, y a esto ha contribuido especialmente la precariedad del propio sistema del arte. La nebulosa noción de lo generacional ha desembocado por tanto en un punto en el que resulta extraño hablar de pintura aquí hoy. Sin embargo, la misma extrañeza del gesto nos obliga a hacerlo, a echar un vistazo en diferentes direcciones e intentar favorecer estos encuentros que casi siempre terminan del mismo modo, dando muestras evidentes de que no todo es tan diverso, que siempre existen intereses que se repiten y que es cada cual quien lo filtra a su manera. Quizás la sensación de sentirnos en un espacio tan amplio nos ha conducido a una angustia agorafóbica de la que huimos estableciendo vínculos y sintiéndonos parte de algo, del mismo modo que aquellos operarios chinos se sentían frente a su ardua labor.
Así, Durante la construcción de la muralla china, presenta el trabajo de doce artistas que representan ya a más de una generación y trabajan en el espacio que la pintura sigue ocupando, da igual en qué dirección o de qué manera. Su trabajo se reparte escaleras arriba por los cuatro niveles de la galería, entretejiendo un relato propio, que más allá de la anécdota que ha dado origen a este título, funciona como excusa para estar ahora todas y todos aquí, casi a modo de celebración que permita también no caer en el descrédito. Al día siguiente afrontaremos la vuelta, descansaremos y acto seguido comenzaremos de nuevo, armados del bagaje que otorga la experiencia, reuniendo algunos de los trozos de esta estructura que cada una en su mano ha ido construyendo, quizás sin la noción de estar contribuyendo a algo que va más allá de sí misma, pero que en efecto lo hace.
No hay caminos tangibles sino intangibles, y sus señales no son visibles sino invisibles, pero todo aquel que se introduce en el saber va reproduciendo los trazos de esa canción originaria (2).
1 FRANCO, Carlos. Retrato inacabado de Luis Gordillo ante un espejo. Arte y Parte, no 7, Madrid, 1997.
2 ARGULLOL, Rafael. Aventura. Una filosofía nómada. Acantilado, Barcelona, 2008